Regresa a casa después de una ronda de golf normal, pero esta vez, algo anda mal. Su mirada es fría y tiene las manos escondidas tras la espalda. Paula no tiene ni idea de que, en cuestión de segundos, su vida habitual se derrumbará como una vieja foto de boda.

“Paula, tenemos que hablar…”, dijo, escondiendo las manos tras la espalda.

Cuando sacó los papeles, se le encogió el estómago. Divorcio.

“Hemos vivido mucho tiempo, pero creo que es hora de que tomemos caminos separados”, añadió en voz baja.

Ella no discutió. Señaló la puerta. Un minuto después, un coche caro entró en el patio y salió una joven. Era ella quien se lo llevaba para siempre. Durante varias semanas, Paula vivió como en un sueño. Pero cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que todo había sido planeado. Así que llamó a un abogado, preparó el papeleo y dio por finalizado el día.

Pronto se enteró de que Harold planeaba casarse con esa chica, Melissa, que aún no había cumplido los treinta. Esta noticia fue la gota que colmó el vaso. En lugar de sentir dolor, Paula sintió una extraña calma y determinación. Contrató a un investigador privado: «Solo necesito descubrir la verdad», dijo.

Fotografías, informes, observaciones: todo estaba archivado en carpetas ordenadas. Con cada página, Paula se sentía mejor. No iba a vengarse sin pensar. Su plan requería tiempo y precisión.

Paula solo sonrió cuando su hijo anunció que Harold invitaba a todos a la boda.

«De acuerdo, iré», dijo con calma.

El día de la ceremonia fue cálido y solemne. Los invitados susurraban, admirando a los recién casados. Paula se sentó en la última fila, imperturbable.

El sacerdote dijo:

«Si alguien está en contra de este matrimonio, que hable ahora…».

Un silencio invadió la sala. Entonces, una voz tranquila y segura resonó:

“Me opongo”.

Todas las miradas se posaron en Paula. Se levantó, caminó hacia el altar y colocó las fotografías. Mostraban a Harold en brazos de otras mujeres.

Melissa palideció. Le temblaban las manos y apenas movía los labios.

“¿Es cierto?”

Harold intentó decir algo, pero la conmoción de los presentes ahogó sus palabras. Melissa le arrojó el ramo al pecho y salió de la sala, sin poder contenerse. Antes de irse, se acercó a Paula y le dijo: “Perdóname. No lo sabía”.

Paula respondió en voz baja: “No es tu culpa. Él también te engañó”. Cuando el salón se vació, Harold se quedó solo en el altar. La gente se dio la vuelta, susurró, algunos negaron con la cabeza. Todo por lo que había arruinado cuarenta años de matrimonio se desvaneció en un instante.

Paula, sin embargo, salió de la iglesia respirando profundamente. Su corazón estaba en paz, no con la venganza, sino con la justicia.