Amanda Jones llevaba meses soñando con el baile de graduación. Había pasado mucho tiempo buscando el vestido perfecto, un precioso vestido azul que la hiciera sentir como una princesa. Se emocionó al ver el vestido por primera vez en el escaparate. Sabía que era el indicado. Pero al oír la voz estricta de la Sra. Carlson, toda esa emoción desapareció, reemplazada por un creciente miedo. Amanda revisó el código de vestimenta, asegurándose de que su vestido cumpliera con todas las normas. Pero la mirada estricta de la Sra. Carlson revelaba otra historia.

“Tu vestido es inapropiado”, dijo con voz firme.

Se le llenaron los ojos de lágrimas al darse cuenta de que su noche estaba saliendo mal.

“Las reglas son las reglas”, respondió la Sra. Carlson con enojo. “Llama a tus padres para que te recojan”.

Cuando llegó el coche de su padre, vio la ira en sus ojos. “Ya lo solucionaremos”, dijo, tranquilo y decidido. Amanda siempre había soñado con ir al baile de graduación.

Ashton llevó a las chicas a la escuela alrededor de las 5 p. m. esa tarde, pero no tenía ni idea de que regresaría en una hora. Cuando las chicas bajaron del auto de Ashton, oyeron exclamaciones de asombro de todos a su alrededor. Todos estaban asombrados por su belleza. “¡Se ven increíbles!”, dijeron sus amigos mientras se acercaban.

Los chicos y las chicas posaron para algunas fotos con algunos amigos en común, y todo parecía perfecto.

Cuando por fin llegó el auto de su papá, pudo ver lo enojado que estaba. “Vamos a resolver esto”, dijo con voz firme.

Amanda y su papá condujeron a casa en silencio. Ella lloraba mucho.

Se sentía derrotada, pero la determinación de su papá le dio un rayo de esperanza. Al día siguiente, él insistió en ir a la escuela para hablar con el director, y Amanda sintió una mezcla de temor y anticipación.

Al entrar a la escuela, el corazón de Amanda latía con fuerza. Cuando llegaron a la oficina del director, la Sra. Carlson los estaba esperando. Parecía tan seria como siempre. “Sr. Jones, tenemos un código de vestimenta por algo”, dijo. El padre de Amanda la interrumpió. “El vestido de mi hija era maravilloso”, dijo con voz tranquila pero firme. La Sra. Carlson no cedió. “Era demasiado revelador”, insistió.

La discusión estaba llegando a su punto álgido cuando la alarma de incendios sonó de repente, llenando los pasillos con su sonido estridente y haciendo que todos se detuvieran. Mientras estaban en el aparcamiento, observando el alboroto, vibró el teléfono del padre de Amanda. Lo revisó y sonrió con suficiencia. “Parece que el karma tiene sentido del humor”, dijo.

Mientras llegaban los camiones de bomberos y la gente empezaba a hablar de lo sucedido, el padre de Amanda habló con el director. “Tenemos que hablar de lo que pasó anoche”, dijo. El director, distraído por la emergencia, asintió sin escuchar realmente. “Ven a mi oficina cuando esto termine”, dijo. El director escuchó atentamente, asintiendo de vez en cuando. Cuando terminaron, se reclinó en su silla. “Necesito hablar con la Sra. Carlson”, dijo. “Pero tengan la seguridad de que llegaremos al fondo de esto”. Unos días después, Amanda recibió una llamada de la oficina del director. Ella y su padre entraron, ansiosos pero esperanzados. El director los recibió con cariño. “Quiero disculparme por cómo se manejaron las cosas”, dijo. “Después de revisar el código de vestimenta y el vestido de Amanda, es evidente que hubo un malentendido. La Sra. Carlson presentará una disculpa formal”.

La disculpa se leyó por el intercomunicador de la escuela y Amanda sonrió. Su fiesta de graduación podría haber sido arruinada, pero había ganado algo mucho más valioso: saber que podía defenderse y marcar la diferencia. La experiencia la había cambiado y sabía que era más fuerte gracias a ella. Amanda sonrió al pensar en el futuro, segura de que podría afrontar cualquier desafío que la vida le presentara. Había aprendido que las batallas más brutales a veces conducen a las victorias más gratificantes.