Juan Carlos I atraviesa un momento difícil. El hombre que fue el rey más poderoso de Europa tiene ahora 87 años. Se siente cada vez más viejo, débil y solo. En Abu Dabi, rodeado de lujos que ya no le importan, el exrey solo piensa en regresar a España. Ha intentado hablar con su hijo, Felipe VI, pero el actual monarca no está interesado. La situación es la misma que hace tres años: es mejor estar lejos que cerca; una forma discreta de proteger la corona y evitar más problemas en los medios.

Esta distancia entre padre e hijo se ha convertido en un tema muy delicado. Juan Carlos no entiende por qué no se le permite regresar, y su orgullo herido le hace reaccionar como siempre: actúa sin pensar. Primero, demandó a Miguel Ángel Revilla por «atentar contra su honor». Después, la demanda contra Corinna Larsen, su sombra constante. Muchos lo interpretan como un intento desesperado por llamar la atención y recordar a todos que sigue vivo. Según la periodista Pilar Eyre, aún siente un gran cariño por Corinna y sería capaz de hacer cualquier cosa por ella.

Juan Carlos I no quiere usar silla de ruedas.

Pero esta disputa legal esconde más de lo que parece: en realidad se trata del miedo a envejecer. El rey emérito padece artrosis severa, lo que le dificulta enormemente la movilidad. Heredó sus problemas de movilidad de su madre y, tras más de doce operaciones de cadera y rodilla, los médicos le han dicho que nunca volverá a caminar con normalidad. Su pierna izquierda está casi completamente inmóvil y ahora necesitará una silla de ruedas de por vida. Para alguien acostumbrado a la fuerza y ​​el poder, aceptar esta fragilidad es casi insoportable.

El exrey se siente enfadado e impotente. Quiere enmendar sus errores. No quiere ser recordado como el «rey de los escándalos», sino como el hombre que trajo la democracia a España. Por eso está preparando sus memorias, un libro en el que ajusta cuentas, que podría publicarse en los próximos meses. Podrá hablar libremente y defender su legado frente al silencio del Palacio de la Zarzuela.

Solo encuentra consuelo en las regatas de Sanxenxo, donde puede olvidar su soledad durante unas horas. Dice sentirse «peor tratado que un perro» por estar lejos de su familia y sus viejos amigos. Cuando aparece en público, lo acompañan sus guardaespaldas y su bastón. En Abu Dabi, siempre usa silla de ruedas, pero no quiere que nadie le tome fotos en ella. No le gusta parecer débil. Quiere seguir siendo poderoso, aunque ahora solo sea la sombra del rey que una vez lo tuvo todo y que hoy apenas recuerda cómo era.