La sala de subastas no era ni lujosa ni luminosa. Margaret parecía una más entre los muchos compradores indiferentes, pero su mirada se detuvo en el Mercedes-Benz 190E plateado, el “Baby Benz” con el que había soñado desde el instituto. Su viejo Toyota se había averiado por completo hacía poco, y ahora había decidido arriesgarse. Nadie levantó la mano, y cuando el martillo del subastador golpeó la madera, el coche fue para ella por menos de un mes de sueldo.

El motor rugía, crujía y se calaba. En el taller, el mecánico Ken simplemente negó con la cabeza:

“Veremos qué podemos hacer”.

Al día siguiente, llamó. Había algo extraño en su voz.

“Margaret… no le han encontrado ningún problema a tu coche. Algo completamente distinto”.

Una bolsa de plástico transparente yacía sobre el banco de trabajo. Dentro había un viejo rollo de película y un trozo de papel amarillento doblado en cuatro.

Escrito con letra apresurada:

«Me voy. Por favor, no me esperen. – D., 3 de marzo de 1985».

Ningún otro nombre, ninguna explicación.

La curiosidad se convirtió en ansiedad. Esa noche, abrió su portátil y comenzó a buscar.

Unos minutos después, apareció un rostro familiar en la pantalla.

«David Armitage, 25 años. Desaparecido en marzo de 1985».

Todos los recortes de periódico decían lo mismo: ni rastro, ni cuerpo, ni explicación.

Finalmente, se decidió y condujo hasta la dirección que había encontrado.

Una mujer de pelo gris y aspecto cansado abrió la puerta. Era Evelyn Armitage.

Margaret le contó todo: el coche, la película, la nota.

Evelyn permaneció en silencio durante un largo rato, mirando las fotografías. «¿Su coche ha vuelto? ¿Después de tantos años?», susurró.

Entonces sacó un sobre con dinero en efectivo. Siempre guardo un poco, por si alguien se entera. Por favor, llévatelo. Ve. Descubre la verdad.

Al amanecer, Margaret se dirigió al norte.

La primera pista la llevó a St. Catharines, Canadá.

En un taller mecánico, un hombre mayor llamado Vince miraba con asombro el Mercedes:

«¡Guau!… Ese es el coche de Dave. Trabajó aquí en el verano del 85, un verdadero hombre».

Un par de cuadras más adelante, Margaret se detuvo en el restaurante de Vicky. La anciana dueña se animó al oír el nombre.

«¿Dave? Claro que me acuerdo. Me alquiló una habitación y luego abrió un pequeño taller de carpintería. Trabajaba, daba clases a los niños y ayudaba a todo el mundo. Murió hace unos diez años de un infarto. En paz, en casa, rodeado de amigos». Era un buen hombre.

Cuando Margaret regresó, volvió a ver a Evelyn. Colocó una fotografía reciente sobre la mesa: David en su estudio, canoso y sonriente.

Evelyn lo miró fijamente durante un largo rato y luego susurró:

«Vivió como quiso».

Margaret le apretó la mano y, por un instante, pareció como si el pasado por fin la hubiera soltado.

Cuarenta años de espera se disolvieron en una sonrisa silenciosa.